Antes de la invención de la imprenta en el
siglo XV, la enseñanza de la literatura y el dominio de la retórica eran
esenciales para desempeñar tareas profesionales. Sin embargo, a partir de dicho
siglo y hasta el XIX, con la Reforma Protestante, las lecturas pasaron a ser
un aprendizaje con una finalidad moral y memorística para la formación
profesional.
A principios de siglo XX hubo corrientes
pedagógicas; entre ellas las bibliotecas públicas, que ayudaron a cultivar la
sensibilidad con la lectura y obras de calidad adecuadas a la edad de niños y
adolescentes. También con la literatura universal, se pudieron en práctica
métodos pedagógicos con diálogo y
conversación para la lectura de obras completas y antologías de fragmentos
literarios.
A partir de los años 70, hubo una renovación
del área de lengua con los avances de la lingüista, en los que hay un dominio
de los ejercicios comunicativos de lengua y expresión oral, y por tanto, la
literatura deja de ser el eje de la formación escolar. De esta manera se
produce una crisis de la enseñanza de la literatura en países como Francia,
Italia e Inglaterra, que le dan más peso a la prevalencia del comentario de
texto que a la función ideológica de la literatura.
Con el tiempo, estas puestas educativas de
los 70 produjeron insatisfacciones en el modelo didáctico: en primaria se
restringía el dominio de creación de la literatura; y en secundaria la
programación predeterminada ocasionaba un alejamiento de interés y capacidad
por parte del alumno.
Más adelante, en los años 80, se pasó del
método basado en la centralidad del texto, a un cambio de perspectiva basado en
procesos de comprensión y construcción del pensamiento cultural con “la
enseñanza de la literatura”. De esta manera, la literatura tenía un valor
epistemológico para interpretar la realidad y construir el entorno
sociocultural del individuo, y se
trataba de un instrumento social que daba sentido a la experiencia.
Con esta “enseñanza literaria” se desarrolla
una competencia literaria que, por una parte implica al lector para que busque
la gratificación de las lecturas mediante un buen criterio de selección de
textos. Y por otra parte que progrese en el dominio de las convenciones. Los
discentes, además, deberemos favorecer al desarrollo de esta competencia
literaria provocando la expresión en el aula y utilizando textos con elementos
que ayuden a aumentar las capacidades interpretativas.
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